Dos meses después
Megan
Cuando escuché el ruido de Raf al forzar la cerradura de nuestra puerta, no pude evitar sonreír. Se había mudado conmigo, pero nunca le había dado la llave. Tampoco me la había pedido. Supuse que los expertos en seguridad debían mantenerse ocupados; y además, eso me excitaba. Había algo muy sensual en la destreza de Hayes para todo lo que hacía. Me encantaba que él supiera qué quería y fuera a por ello, no de una manera tediosa, sino de modo firme, potente y directo.
Él me quería a mí.
Una vez que le hube mencionado que me excitaba que irrumpiera en la casa de esa manera, no pidió la llave y siguió forzando cerraduras y desactivando el sistema de seguridad. «¿Mi mujer quiere que me esfuerce por ella? Me esforzaré por ella. Voy a seguir esforzándome para complacerla el resto de mi vida», me había prometido.
Ahora le esperaba con un nuevo conjunto negro de sujetador y bragas diminutas, que eran más encaje y cintas que otra cosa.
Ralf abrió la puerta y una de las comisuras de su boca se torció al verme.
—Vaya saludo, muñeca. Oh, maldita sea. —Se acercó con los ojos ya oscuros de lujuria—. ¿Esta es mi recompensa por subir a tu torre, princesa? —Se acercó a mí con sus grandes manos para sujetarme la cintura y atraer mi cuerpo contra el suyo. Con una mano lo acaricié a lo largo de su nuca mientras introducía la otra bajo su camiseta.
—Mmm… mmm. No me gusta que me llames princesa. —Mi voz fue como un ronroneo.
—Simplemente asúmelo. Eres una princesa, una reina de belleza, muñeca, y haces que tu hombre entre así cada noche para echarse un polvo. —Me palmeó el culo y lo estrujó con fuerza.
—Yo no te obligo a hacerlo. Tú lo has elegido.
Una de sus manos se deslizó entre nosotros para acariciar mi monte de Venus.
—Es juego previo —murmuró. Se movió para deslizar sus dedos dentro de mis bragas—. Y diría que ha funcionado.
Me estremecí con su contacto tratando de conseguir más. Mis pliegues ya estaban húmedos e hinchados, listos para él.
—Sí. Me encanta cuando demuestras tus habilidades.
—Tengo más habilidades para mostrarte, muñeca. Ven aquí. —Enganchó su antebrazo bajo mi trasero y me levantó para que me sentara a horcajadas en su cintura.
Le besé mientras me acompañaba al dormitorio.
—Te amo, Rafael Rebel Reyes —le dije mientras me bajaba a la cama.
—Pronuncia más las erres —me retó.
Me reí.
—No puedo. —Triné un largo rollo con el sonido erre.
—Eso está bien, muñeca. Ahora di mi nombre. —Tiró de una de las cintas del sujetador y la copa cayó. Acto seguido, se llevó el pezón a la boca. Cuando chupó con fuerza, lo sentí como un tirón justo entre las piernas.
Gemí de placer arqueándome hacia él.
—Rrrrafael —intenté.
—Así está bien, muñeca. —Le dio el mismo tratamiento a mi otro pezón, luego desabrochó el sujetador por la espalda y me lo quitó—. Mi hermosa mujer. —Me besó en el vientre hasta llegar a mis bragas, que luego atrapó con los dientes.
—Rrrafael Rrrebel.
Arrastró mis bragas hacia abajo sin usar las manos.
—Así es, muñeca. Ahora abre esas piernas.
Subí los talones con las rodillas abiertas.
—Rrrafael Rrrebel Rrreyes.
—Buena chica. ¿Quién te hará gozar, muñeca? —Me agarró las rodillas y las abrió más, bajando la cabeza para lamerme.
Jadeé levantando mis caderas hacia su boca.
—Tú —dije—. Tú lo harás.
Me pasó la lengua por el clítoris, luego lamió mi entrada y volvió a subir.
—Sabes tan bien, muñeca.
Lo tomé por la cabeza con mis muslos internos ya temblando, el vientre aleteando.
—Oh, Dios, Raf.
Cernió mi clítoris entre sus labios y tiró de él estirándolo, volviéndome loca.
—¡Más! —gemí.
—Te daré más. —Se puso de rodillas y se desabrochó los vaqueros.
—¡Sí, por favor! —Me acerqué a él, agarré una porción de su camiseta y se la saqué por encima—. Fóllame fuerte, marinero.
No se movió por un momento, solo me miraba con ojos rutilantes.
—Quiero hacer un bebé.
—¿Qué? —Me levanté sobre los codos—. ¿Estás loco?
Asintió con la cabeza.
—Loco por ti. ¿Sabes que nuestros hijos serían geniales?
Dejé escapar una risa, sorprendida. Literalmente, hacía apenas dos meses que había aprendido a confiar en el amor. Raf se había mudado, y definitivamente estábamos en nuestra fase de luna de miel.
No obstante, sus palabras no me hicieron querer huir tal como lo hubiera esperado. Sonaban bien. Se sentían bien.
—Serían unos niños geniales. —No sabía qué tan buena madre sería yo con mis penosos ejemplos familiares, pero Raf sería un padre estelar. Lo sabía hasta en los huesos.
La sonrisa de Raf podría haber iluminado un palacio.
—Lo serán. —Liberó su erección y arrastró la corona por mis fluidos mientras yo le miraba. Parecía estar esperando mi aprobación final antes de entrar sin condón.
—Me apunto. —No salió de mí más que un murmullo, pero hizo que Raf gruñera de aprobación y me clavara su erección.
Empujó con fuerza chasqueando las caderas hasta llegar bien adentro.
Mi cabeza cayó hacia atrás al jadear.
—Te voy a follar muy fuerte, Megan Hager. —Embistió dentro de mí a una velocidad de castigo.
—¡Sí! ¡Dios, sí! —Agarré sus abultados bíceps.
Bombeando dentro y fuera de mí, atrapó mi mirada en la suya. Había intensidad en ella. Una promesa. Posiblemente hasta una advertencia.
Ahora era suya. Me había reclamado y no me dejaría ir.
Nos abandonamos a las olas del placer hasta que ambos quedamos lustrados por el sudor.
—Dámelo —le dije a Raf—. Muéstrame lo que tienes. ¿Quieres hacer un bebé? Vuelve dentro de mí ahora. —No sabía qué me embargaba, pero parecía que podía hablar sucio tan bien como Raf y dije exactamente lo que tenía que decir.
—¡Cielos! —rugió embistiendo tan fuerte dentro de mí que la cama chocaba la pared.
Grité también cuando ambos encontramos simultáneamente una liberación explosiva, llegando juntos en una danza coreográfica perfecta.
—Megan… Megan —murmuró Raf con sus labios rozando la línea de mi cabello, besando mi sien, mi mandíbula. Sonaba agitado. Tan roto, cambiado y curado como me sentía yo.
Rodeé su cuello con mis brazos:
—Te amo.
—Moriría por ti, joder —gruñó, como si te amo no fuera suficiente para resumir sus sentimientos.
—Lo sé —murmuré aferrándome a él—. Me lo demuestras cada día.