AUDREY
Boyd sostuvo mi mano mientras caminábamos por el mercado de granjeros un domingo en la plaza del pueblo de Cooper Valley. Hermosas marquesinas de color amarillo, blanco, verde y azul cubrían la plaza en la cual los granjeros, agricultores y artesanos locales vendían sus artículos.
Mi cuerpo se sentía satisfecho y extasiado. Boyd me había estado adorando por tres noches seguidas. Tenía su mordida cubierta con una pequeña venda, pero estaba curándose bien. No a la misma velocidad que un licántropo, pero mucho más rápido de lo que esperaba. Debe tener algo que ver con las propiedades curativas de su saliva.
Por supuesto, la doctora en mí quería estudiarlo todo, saber cómo difería su fisiología de la mía y lo que todo significaba. Pero Boyd me pidió que no lo hiciera, por la comodidad y la seguridad de la manada y sus secretos. Yo estuve de acuerdo.
Una joven pareja con un coche de bebé sonrió. Al principio pensé que habían reconocido a Boyd, la celebridad de rodeo del pueblo, pero luego me di cuenta de que me estaban saludando a mí.
“Hola, doctora Ames.”
“¡Oh!” Yo saludé. “¡Yo traje a ese hermoso bebé!”
“Aw, parece que hiciste un trabajo maravilloso.” Boyd miró y apretó mi mano. “¿Crees que nuestros cachorros serán tan fornidos?”
Yo me reí. “No lo sé. Espero que sí. Me encantan los bebés gordos. Son tan deliciosos. Aunque los bebés delgados también lo son.”
Boyd me acercó hacia un puesto en el que preparaban limonada de sandía fresca. “Debes probar esto, cariño. Es como beber el sol en un vaso.” Una hermosa rubia muscular de veintitantos años en shorts, top y tatuajes que le cubrían los brazos estaba manejando la carpa de jugos y colocando la sandía para convertirla en jugo.
“Dame uno grande, Shelby”, le dijo Boyd. Inclinándose hacia mí, él murmuró en mi oído, “Licántropo.”
Boyd había estado mostrándome a todos los de la manada. Me había presentado a los trabajadores del rancho con el anuncio de que si no me trataban con el mayor de los respetos, patearía sus traseros. Dijo que conocería a toda la manada en la próxima reunión.
“Boyd. Es bueno verte. No sabía que habías regresado.” Ella le sonrió.
Gracioso, no sentí ni un poco de celos o inseguridad. Estaba segura de Boyd. De nosotros. Especialmente cuando Shelby me sonrió y sus ojos fueron hacia la venda en mi brazo. “Parece que debo felicitarte.”
Boyd me acercó a su lado. “Así es. ¿Has conocido a la doctora Ames? Es la nueva obstetra en el pueblo.”
“¡Lo escuché!” Shelby ladeó su cabeza hacia el puesto junto a ella donde había una mujer sentada vendiendo miel. “Margaret dijo que trajiste a su bisnieta la semana pasada.”
“¿Lo hice?” Levanté mis gafas en mi nariz. No estaba acostumbrada a ser conocida fuera del hospital.
“Sip, eres la nueva celebridad.” Luego le guiñó el ojo a Boyd. “Y parece que Boyd ya te atrapó.”
“Claro que sí. Lo supe en el minuto que la conocí.”
Shelby me entregó una bebida helada y colorida. “Encontraste a la indicada, justo aquí en Cooper Valley. Tienes suerte, Boyd.” Shelby tenía una expresión de deseo. “Espero que me suceda pronto a mí.”
“Aw, espero que sí, Shelby”, dijo Boyd, mientras le entregaba un billete de cinco dólares.
Tomé un trago. “Mmm. Tenías razón sobre esto.”
Shelby me miró y luego su mirada fue por encima de mi hombro. “Escuché que le diste a Markle un ojo morado”, le murmuró a Boyd y bajó la voz. “Me gustaría darle uno a su otro ojo.”
Comencé a ver por encima de mi hombro, pero Boyd apretó mi mano y yo me detuve, me moví con sutileza para poder mirar. Jett Markle caminaba por el pasillo del centro, sus hombros tiesos. Un ojo estaba morado. Pudo vernos al acercarse y se detuvo de inmediato.
“Oh, hey, Markle”, dijo Boyd con su tono despreocupado. “Quería decirte. ¿Recuerdas la vaca extraviada? ¿La que pensaste que el lobo se había comido?” Él añadió desprecio y burla al decir la palabra lobo.
Jett entrecerró sus ojos. “¿Sí?”
“La encontré en mi propiedad. Debe haberse escapado. La hubiera llevado de regreso, pero sabes, como eres tan temerario con esa escopeta tuya, tenía miedo de que me dispararas a mí o a otro perro.”
Las palabras de Boyd atrajeron el interés de las personas del pueblo en el mercado. Se detuvieron a escuchar, algunos estaban susurrando.
Markle frunció el ceño.
“Eres bienvenido a venir y llevártelo. Solo deja el arma en casa.”
Se escucharon más susurros de la multitud.
“No hemos terminado, Wolf”, dijo él, se volteó y se fue.
Shelby se rio. “No es competencia”, le dijo a Boyd. Luego me dijo a mí, “escuché que salvaste a James.”
Sacudí mi cabeza. “Boyd lo rescató. Yo solo despejé sus pulmones. ¿Sabes cómo está?”
“Oh, está bien”, dijo ella en tono despreocupado. “Pero Jett Markle se hizo enemigo de por vida con la mitad de la población en este valle. No le irá muy bien aquí.”
Boyd sonrió. “Se lo merece. Especialmente después de olfatear a mi hembra.”
Me reí y le di un codazo en las costillas. “Eso fue antes de conocerte y ya lo había rechazado.”
“Eso no significa que no quiera matarlo.” Boyd se inclinó y me dio un beso por encima de mi hombro.
“¡Doctora Ames!” Una de mis pacientes se me acercó, llevaba un bebé pelirrojo en su cadera. “Pensé que tal vez quisiera ver a Hayley.”
Abrí mis ojos con una enorme sonrisa dedicada solo para los bebés. “Hola, señorita Hayley, eres hermosa.”
Hayley se arrulló y puso un puño hacia mi dirección.
Su madre, cuyo nombre no recordaba, cambió su atención a Boyd. “Hey, ¿eres tú la estrella local de rodeo? ¡Sí, lo eres! ¿Eres Boyd Wolf, ¿cierto?”
Boyd sacudió su cabeza. “Lo era. Pero ahora intento adquirir la fama al ser el esposo de la doctora.”
Esposo. Por supuesto, legalmente no era mi esposo, pero me encantaba que se pusiera ese título. Era mi compañero y protector.
“¡Guau, felicitaciones!” exclamó mi paciente.
Yo no solía realizar muchas muestras de afecto en público, pero cuando Boyd me abrazó por detrás, nunca me había sentido tan feliz.
Mientras la madre se alejaba con su adorable bebé, Boyd me mordió una oreja y pasó una palma por mi abdomen. “No puedo esperar a poner a un bebé en tu vientre, doc.”
“Tal vez ya lo hiciste”, murmuré yo.
“No significa que deba dejar de intentarlo.” Boyd mordió mi oreja. “De hecho”, comenzó a llevarme hacia el estacionamiento. “Creo que mejor regresamos a romper nuestra nueva cama.”
“¿Ahora mismo?” Me reí yo. “Acabamos de llegar.”
“Sí y ahora nos vamos. A menos que quieras quedarte, por supuesto.”
“No, creo que tienes razón. Esa cama nos llama.”
“¡Sí!” Boyd levantó su puño.
Me reí y levanté mi cara hacia él. Boyd se detuvo y acarició mi mejilla, mirándome con todo el afecto del mundo. Lo sentía en mi pecho, en mis pies, en todos lados.
“Te amo, cariño.” Dijo Boyd y luego me dio un beso.
Cerré mis ojos y le respondí el beso. “Yo también te amo, campeón.”